jueves, 23 de diciembre de 2010

Hoy ya no veo figuras si veo las nubes.


Y pensar que la vida era algo demasiado grande e indomable para encerrarla en una canción. Las paredes calientes crujen a cada mínimo movimiento. Que los ojos digan más que las palabras. Que las piernas tiemblen tanto que casi se quiebren. Que me pidas más lunas en susurros. Miro ahí fuera y sólo soy capaz de vislumbrar las ramas de los arboles moviendose al son de Vetusta Morla y un viejo apoyado en la pared fumando un puro. Vuelvo adentro, a los goles celebrados por los de la mesa de la esquina, a los dardos rotos y a las cervezas vacías y mojadas en la mesa; y todavía estás. Ya no sé como moverme por este espacio que se me presenta como insólito e inexplorable, ni sé asociar el tiempo que se escapa y tarda en llegar a su antojo. Las horas se me hacen eternas encerrada entre esas miserables cuatro paredes y los minutos escasos y efímeros si soy capaz de verte a través del humo. Estoy tan cansada de correr, que creo que dejaré que me alcances un rato.

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