Las paredes se vuelven difusas y las ganas de gritarte, para que abras los ojos, son constantes. Incontenibles nuestras risas tras sus palabras sin sentido y tus miradas al infinito mientras tanto. Luego, caerás sobre cualquier colilla tirada en el asiento de atrás del coche y te irás desvaneciendo poco a poco al llegar el viernes. En un arrebato de sentido común dirijo mis converse rumbo este, donde se está mucho mejor y se merienda fresas con nata.
Después volver al bar de siempre escuchando música por el camino, dejando atrás sombras oscuras y ondas en los charcos. La música se detiene. Llaman al teléfono. Su nombre aparece en la pantalla y piensas 'joder, siempre en el momento justo'. Y sonrío cuando sus dedos con uñas rosas se clavan en mi espalda como cada fin de semana. Y sólo se escuchan nuestras risas en calles a la redonda.
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