¿y hasta cuando cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo?

Papá entra en mi habitación y sube la persiana. Abro los ojos y los cierro, cegada por la luz. Me quedo dando vueltas por mi inmensa cama. Vueltas y más vueltas. También mi cabeza da vueltas a tu estupidez, a tus elecciones y renuncias. Me gustaría abrirte los ojos a cañonazos para repetirte que te diriges a hacia un vacío existencial del que tú mismo eres consciente. Sabes que caminas sin rumbo; aunque te niegues y quieras hacer ver a tus amigos de toda la vida y a tus padres, al mundo, que no te importa un carajo tu futuro. Sabes que quieres que te digan: ¿Qué cojones estás haciendo? Basta de desperdiciarte, de autodestruirte. Pero esta vez no pienso intentar salvarte. Ya me es difícil mantenerme aflote en esta balsa de aceite, mientras te veo pasar arrastrando los pies escaleras abajo y deslizando tus manos hacia los bolsillos del vaquero.

Ahora cuando creo haber perdido también el rumbo, mi vida se llena de casualidades que se sincronizan con mi reloj atrasado cinco minutos. ¿Venís a cuidarme? ¿Venís a enloquecerme?¿Venís a salvarme?. Entonces me doy cuenta que puedo existir sin tus ojos clavados en mí en las noches llenas de marihuana y cerveza. Entonces me doy cuenta de que hay miles de horizontes en los que quiero estar, miles de amaneceres distintos que deseo ver con otras manos entre las costillas.

Levanto la aguja y apago el tocadiscos. Salgo a la calle glacial. Las charlas de los domingos por la tarde de siempre, con los de siempre. Comiendo chucherías y patatas fritas, quejándonos de que que al día siguiente sea otra vez lunes y que vaya mierda de vida esta. Te asomas tras el cristal del local y me miras, seguramente irás ciego. Soríes, te sonrío. No sabes que mi renuncia, mis elecciones, van más allá de ti y de mí. No sabes que el destino no ha venido ni vendrá al final.