martes, 19 de abril de 2011

Bocas selladas, manos arriba.

Mis manos sudaban frío esta mañana al despertarme, y es que he vuelto a soñar contigo. No es que me alegre desde luego, pero es algo que tengo que aceptar y llevar en el bolsillo del pantalón. El sueño no era nada especial. Estábamos en una habitación llena de gente, personas con nombre y apellidos o personas sin más. Tú te agarrabas a mis caderas como si paseáramos por un puente de la vieja Europa imposible de pronunciar y yo te miraba de reojo con ganas de besarte importándome una mierda todo ese gentío, pero como soy una chica orgullosa finalmente me quedaba con las ganas y no te besaba. Al abrir los ojos sólo venían a mis pupilas tu sonrisa y tu pelo despeinado.

Está claro que no te diré nada acerca de este sueño ni de los demás cuando te vea drogándote cualquiera de estas noches oscuras. No te hablaré de mis sueños, ni de los abismos en mi estómago cuando me miró a los pies  los días pares y tampoco te hablaré de la humedad en mis retinas los días impares y de la ventana de habitación siempre abierta. Sólo cuando los espejos dejen de reflejar nubes blancas y esponjosas de verano y mi aliento no huela a cerveza. Cuando escribir deje de tener sentido y ninguna canción me recuerde a todas esas noches ordenadas aleatoriamente en diferentes vidas. Entonces, quizá y sólo quizá salgan todas esas pavadas de mis cuerdas vocales. Hasta entonces pueden caer todas las frases de Cotázar y toda el agua de lluvia que seguiré aquí hasta que acaben las ganas y las palabras.

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