jueves, 18 de agosto de 2011

De idas y venidas, de vueltas y regresos.





Ahora, aquí, también echo de menos. He echado de menos también durante estas semanas, pero nunca he echado más de menos algo como lo he hecho en las dehesas de Extremadura. Son tan infinitas, y tan quebradizas y tan inmortales. Allí me he encontrado llamándote en medio de la nada mientras veía un atardecer precioso en una charca. Allí he soñado durante la siesta. También allí me he encontrado alzando mis manos en el aire creyendo modelar tu figura. 


Escuchaba a Miguel Ríos, Mark Knopfler, Sabina y algún que otro invitado casi o igual de grande, y miraba por la ventana del coche. Los caseríos, las charcas, las vacas y los toros y la hierba dorada se difuminaban. Y al llegar a Lisboa todo se me pasaba. Me quedaba enloquecida con sus callejuelas y sus tiendecitas de ropa de segunda mano. Entonces en esos momento sentía que había vivido todos lo minutos del día. Viva, me sentía viva. 


Para después dejar de lado el otro cielo, no sé si haciendo maniobras de escapismo, pero seguro que haciendo tirabuzones o algo así. Porque papá puso un disco de Cat Stevens y cuando empezó a sonar wild world, no sé cómo vinieron la lluvia de Andorra, los pinos y los parabrisas; todo era espiral y caos.


Volví, porque siempre termino volviendo. Quiera o no. Esté dispuesta o no. Entrar subiendo los peldaños para ir a parar al sitio, donde sonaba la canción de siempre. Y allí estaba J bailando detrás del mostrador como nunca, con esa sonrisa con la que se come el mundo a bocaos. Habían pasado casi dos semanas y todo seguía igual, nada se había movido ni un ápice. En la calle: el humo de los cigarrillos, de los porros y el eco de tus carcajadas.

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