lunes, 2 de enero de 2012

memoria de las mañanas en las que no existe otro cielo más azul

De esas veces que te despiertas y todo está oscuro. Un leve rayo de sol se cuela por la persiana hiriendo la vida nocturna. Mamá me llama, y yo cojo algunas de mis cosas y salgo por la puerta. Esquivo los muebles y sus caras dormidas, sin quitarme el pijama salgo a la mañana. Camino descalza por la acera, clavándome las juntas de las losas y el recuerdo del alcohol en la cabeza.


Y de vuelta a casa, escuchando el danubio azul por la radio, la cabeza me da miles de vueltas. El mar menor está precioso por las mañanas. Miro por el retrovisor lo que vamos dejando atrás y cierro los ojos siguiendo la melodía. Entonces, me doy cuenta de que al fin he dejado atrás otro año. ¿Tenía razones para querer tan desesperadamente que acabase? Ahora- día dos de enero- creo haber sido una estúpida por haber despreciado esa montaña rusa de año. Quiero decir que he aprendido lo inimaginable con los besos de contrabando y con las caricias que no nos volvimos a dar, con las cosas que nunca nos hemos dicho. He aprendido a apreciar las sonrisas alcoholizadas, las lágrimas de impotencia, los abrazos como refugios, las conversaciones en la hora de la siesta, los rescates siempre a la hora justa, los libros prestados y me he enamorado aún más de la vida.


Para en otro orden de cosas decir que hoy es mi primer día del año dos mil doce. Los uno de enero siempre son como fantasmas en la memoria, como cicatrices. A veces, ese primer día crees volver a recaer y comes todo lo que no has comido en todo el puto día; comes sonrisas y dedos y estructuras de labios. Pero hoy el sol brilla más que nunca, aunque aún ni haya salido a la calle, aunque suene famous blue raincoat en modo repetición. 

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